Un día de mierda (literal)

Caca de perro

He aquí lo que puede ser un día de mierda (aunque no es como empieza sino como acaba…):

Me levanto a las 6:30 de la mañana para desayunar con mi hija antes de que se vaya a coger el autobús para ir a clase. Luego no nos vemos en todo el día. La mañana me va a cundir, porque antes de ir a  trabajar me da tiempo a poner una lavadora y tenderla, preparar comida, lavar los tenis a mano, pasear a la perra, ducharme y volver a desayunar (o, al menos esa era mi intención).

A las 7:30 salgo para sacar a la perra a pasear y hacer sus necesidades. El ascensor no funciona. Vivo en un 6º. La perra se planta feliz ante la puerta del ascensor y yo tiro de la correa para que baje por las escaleras. Se niega. Yo insisto. Ella insiste más en que no. Se atrinchera con las cuatro patas en el rellano, con ellas bien estiradas a los lados para tener mejor agarre, cual ventosa. Yo le hablo con cariño y le digo que tenemos que ir por las escaleras. Ella mira hacia abajo asustada y recula. Nanai. Ya fue mucho conseguir que se montase en un ascensor por primera vez en sus 7 años de vida y ahora ya es capaz de entrar en él y sentarse a esperar mientras sube o baja. Las escaleras son palabras mayores.

Vuelvo a entrar en casa y cojo las chuches para ganármela (los corazones del Mercadona le encantan). Bajo unos cuantos escalones y le ofrezco un corazón. Es tentador, pero dice que no. Esconde el hocico en el felpudo de la vecina (el de la puerta, aclaro para los malpensados). Ni con esas. Le arrimo la chuche al hocico y gira la cabeza hacia otro lado. Esta perra no se deja comprar. Igualito que su dueña.

Llevo así quince minutos y empiezo a desesperarme. Decido volver a entrar en casa y dejar a la perra dentro mientras bajo al portal a anotar el teléfono del servicio de mantenimiento del ascensor para llamar e informarles de la avería. Y justo en el momento en que cierro la puerta, me doy cuenta de que he dejado las llaves en la entrada. Genial. Me he quedado fuera de casa con las llaves dentro. Yo, que hago llaves y trabajo en una cerrajería (en casa de herrero…). En casa de mis padres tengo un juego de llaves de repuesto, pero son las 8 de la mañana y no quiero ir a despertarlos, así que deambulo por el barrio. Hago el paseo de la perra sin perra. La mayoría de los bares están aún cerrados. Menos mal que mi favorito está ya abierto. Me tomo un café bien cargado y me dirijo a casa de mis padres a buscar las llaves.

Llego a casa y me encuentro con que la perra me ha plantado el pastel en la terraza. Pero no podía hacer unas deposiciones bien sólidas, no… Pastelazo de merengue. Limpio la mierda, que parece más apestosa que nunca, y me voy a la ducha a ver si me deshago de esta tensión. Bajo corriendo por las escaleras y cuando llego al portal allí está el ascensor, reluciente, iluminado, con las puertas abiertas, ya arreglado y esperando que alguien lo llame.

Llego al trabajo y me encuentro una meada de perro en la puerta. Si pillo al dueño creo que le arranco todos los pelos de la cabeza. Así que a coger la fregona otra vez y a poner la sonrisa en la cara para recibir a los primeros clientes. Aún acaba de empezar el día y ya estoy deseando que acabe (y a saber cómo acaba…)

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