(Imagen de Pixabay)
Mientras dejaba la ropa lavándose en la nueva lavandería de la esquina, aprovechó para ir al supermercado a hacer algo de compra. Desde que habían abierto aquel local estilo americano en el barrio, la vida le resultaba más fácil. Ya no tenía que pelearse con los programas de la lavadora, que siempre parecían ir en contra de ella y de su tiempo. Ahorraba tiempo, dinero y quebraderos de cabeza.
Llegó de vuelta en el preciso momento en que la lavadora pitaba anunciando el fin del ciclo de lavado. Cogió una cesta de la estantería y se dispuso a sacar la colada. De un primer vistazo, juraría que sus vaqueros parecían más grandes. Había visto en más de una ocasión cómo la lavadora encogía alguna prenda de ropa, pero que la hiciese más grande… jamás. Pensaba en ello divertida mientras doblaba los pantalones. Incluso sus calcetines negros parecían de mayor tamaño. Aquello era un misterio.
No recordaba haber metido una camiseta básica de algodón, pero se le podía haber colado. Tampoco era tan raro. Todo parecía un poco extraño, hasta que sacó unos calzoncillos. Unos bóxer de algodón con estampado de perros. Ah, no, eso sí que no. Eso no era suyo, de eso estaba segura.
Mientras observaba atónita los calzoncillos, sujetándolos con las puntas de los dedos como si quemaran, oyó tras de sí una pequeña risa. Me temo que eso es mío, dijo una voz a su espalda. Se volvió algo sobresaltada y al ver la cara sonriente de aquel guapo moreno, cayó en el error. Había abierto la lavadora equivocada. La suya era la de al lado, que justo se había puesto a pitar en ese preciso momento.
Se sintió completamente abochornada. Pidió mil disculpas, y aunque el chico insistió en que no pasaba nada, restándole importancia a la confusión, ella no sabía dónde meterse. Tampoco sabía que aquella confusión estúpida, típica de su condición de eterna despistada, le serviría para conocer al hombre de su vida. Y que hasta aprendería a poner la lavadora. No hay mal que por bien no venga…
Suerte!!!!
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Jajaja estas historias de encuentros me gustan porque parten de la base de que ser una patana absoluta no es del todo contraproducente 😛
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Pues claro que no!!! Los patosos también tenemos derecho a ser felices… jaja
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