Todavía no sabía muy bien cómo se había dejado convencer para hacerse un perfil en una conocida aplicación para conocer hombres. Y casi sin darse cuenta ya día tenía su primera cita. Ignacio -Nacho para los amigos- parecía bastante majo. Tenían la misma edad y coincidían bastante en cuanto a gustos y aficiones.
En su perfil se definía como un hombre ardiente y fogoso, y ella no pudo reprimir la risa cuando lo leyó. Tenía claro que en esas redes sociales la gente solía atribuirse más cualidades de las que realmente poseían. Pero eso ya lo comprobaría, llegado el caso. Él le había dicho, nada más ver su foto, que estaba seguro de que entre ellos surgiría la chispa. Ella no estaba tan segura.
Tenía que reconocer que la velada estaba siendo agradable. El lugar que él había escogido para cenar era estupendo y la comida exquisita. Pero seguía habiendo algo en él que no le acababa de convencer. Una lucecita roja estaba permanentemente parpadeando en su cabeza, como en alerta. Algo fallaba.
Debería haberse dado cuenta cuando encendió el tercer cigarrillo de la noche. Cada vez que ella sacaba uno de la cajetilla, él gentilmente le ofrecía fuego con su mechero. No debería ser nada raro, parecía un acto de caballerosidad de los de antaño. Sí, un poco antiguo, quizá. Pero lo realmente curioso es que cada una de las veces había sacado del bolsillo un mechero diferente.
El primer cigarrillo se lo encendió con un Zippo de gasolina, como uno que ella había tenido en su juventud. Hacía tiempo que no veía ninguno. El segundo era uno del Real Madrid. Vaya, parece ser que era merengue… Menos mal que a ella el fútbol no le interesaba especialmente, sino acabarían en trifulca porque si le preguntaba de qué equipo era, tendría que reconocer que era más culé que otra cosa.
El tercer mechero tenía forma de granada. Vaya, sí parece que el hombre era fogoso. Casi podría decirse que era explosivo, pensó ella, aguantándose la risa. No se atrevió a encender un cuarto cigarro, por miedo a lo que sacaría de aquellos bolsillos que parecían el bolso de Mary Poppins.
Cuando él le propuso ir a su casa después de la cena, dudó. Pero, finalmente decidió darle una oportunidad. El hombre era agradable, tenía buena conversación, la había hecho reír con ganas un par de veces, así que si además le podía dar una alegría al cuerpo, tenía que aprovechar.
La lucecita roja de su cabeza comenzó a parpadear más rápidamente en cuanto puso los pies en la sala de estar. Estaba lleno de figuras de lo más variopintas, que resultaron ser, cómo no, mecheros. Los había de todos los tipos y tamaños imaginables. Metálicos, de plástico, grandes, pequeños… Con forma de pingüino, de pistola, de Torre Eiffel, de E.T. , de martillo, de coche, de galleta… ¡Si hasta tenía un caganer! Ella no daba crédito.
Mientras él servía unas copas, ella le preguntó por el servicio. Cuando cerró tras de sí la puerta del baño, quiso echarse a llorar. Aquello también era un mausoleo de mecheros. Hasta había uno con forma de mini taza de wc. Aquello era demasiado.
Cuando volvió a la sala, él la esperaba sentado con una copa de gin-tonic en la mano y un mechero con forma de corazón en la otra. Sin mediar palabra, ella cogió su bolso y su abrigo y se dirigió a la puerta. Él, sin entender nada, se levantó de un salto y se acercó.
-¿Pero ya te vas? ¿Por qué? Si lo estamos pasando bien.
-Lo siento, estoy ya quemada. Demasiada «fogosidad» para mí…
Agrandes problemas…grandes soluciones.
LO DISFRUTÉ
Van abrazotes, amigaza
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Jaja… Gracias, Beto. Un abrazo
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Desde luego parecía ardiente aunque no queda claro en que sentido. Entiendo que la prota hubiera terminado «quemada». Muy original. Abrazo.
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Jajaja… Sincero había sido desde el principio. Un abrazo Rosa.
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Pues sí…jaja
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