Apenas faltan unos días para que empiece oficialmente el invierno. Y pocos días más para que acabe este año. No sé cuál de las dos cosas me apetece más. En realidad, creo que ninguna.
Al final, el pasado fin de semana pusimos el árbol de navidad. Ha sido una buena decisión. Aunque limite el espacio, su luz da candidez al hogar y hasta un poco de alegría. He puesto también el nuevo que compré y sirve para iluminar el pasillo y no darme un golpe cada vez que camino por él sin encender la luz, como es (mala) costumbre en mí.
También, por fin, me he atrevido a encender tu móvil, cinco meses después. No había caído en la cuenta de que al darlo de baja ya no tendría WhatsApp y no podría ver las conversaciones. Casi me alegro.
He rescatado del fondo de una caja de la mudanza tu americana de lana de cuadros de Guy Laroche. Me la he puesto y he sentido mucha paz. Creo que va a ser una de mis prendas fetiche de este invierno que se avecina.
Hoy tenía planes pero, como siempre, la vida se empeña en cambiármelos. Pero no importa. Está un día horrible, con vientos huracanados y se está muy bien en casa. La perra ronca tumbada al lado de la puerta, tras el miedo que ha pasado con el aire. Pero ahora duerme plácidamente demostrando que tras la tormenta siempre viene la calma. La envidio.
Estamos a una semana de navidad y me estresa el mero hecho de pensarlo. Así están mis relojes, adelantando por minutos cada día. Debo ser la única persona en el mundo a la que un reloj automático le adelanta en vez de atrasar. Ahora hasta me adelanta el Smartwatch… Está claro que voy demasiado acelerada por la vida y así no se puede. Si a mí en realidad lo que me gustaría es que el reloj se parase. O poder darle marcha atrás. Pero no, se empeña en ir a toda pastilla. Y el corazón lo sufre. Algún cable loco, ha dicho la doctora, para dar una explicación medianamente comprensible.
Ayer alguien me preguntó por ti. Le di la noticia sin que las lágrimas brotasen. Todo un logro. De vez en cuando aún toca. Y es extraño. Aún no me acostumbro a hablar de ti en pasado. Estoy buscando los regalos de reyes y aún pienso en el tuyo.
Cuanto los días para que acabe el año y comience uno nuevo. Como si las cosas fuesen a cambiar simplemente por ello. Como si al pasar del 31 de diciembre al 1 de enero una varita mágica hiciese que todo fuese maravilloso. Olvidar de golpe todo lo malo y reír sin parar, radiantes de felicidad como si la vida fuese de color de rosa. Ojalá.
Sólo tengo dos propósitos para el año que entra. No pido más. Sólo dos. Uno ya está en marcha. Volver a ponerme al volante tras muchos años sin hacerlo. Pero ahora me he decidido y lo voy a hacer. El otro propósito me lo guardo para mí. Ya se sabe que los deseos si los dices en voz alta no se cumplen. Pero prometo que si lo logro lo contaré a bombo y platillo. Y vas a estar orgulloso.
A pocos días de que acabe el año sigo desubicada. Sin planes. Sin conseguir arrancar de todo. Sin grandes motivaciones, aunque con algunas pequeñas ilusiones. Me quedan unos pocos días para llenarme el tanque de gasolina y acelerar a toda pastilla. Pero manteniendo el límite de velocidad. Sólo son unos días más…
Estoy segura que, sea el que sea tu propósito, lo conseguiras. Un fuerte abrazo Rosa.
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Ojalá, Silvia. Gracias.
Un abrazo.
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