Salió apurada de casa. Llegaba tarde a la reunión, y eso que la había convocado ella. La falda de tubo que se había puesto le apretaba más de lo habitual (las comidas navideñas le habían pasado factura) y andaba con cierta dificultad. Apuraba el paso para cruzar el paso de peatones antes de que se pusiese en rojo el semáforo cuando uno de sus tacones quedó enganchado en una rejilla. Estuvo a punto de caer estrepitosamente en la acera pero milagrosamente mantuvo el equilibrio y pudo evitarlo. Aún así, no pudo evitar que el tacón se soltase de la base del zapato cuando quiso desengancharlo. El «crash» que oyó no parecía nada bueno. Uno de sus Jimmy Choo acababa de perecer. Pintaba mal. Parecía que esa mañana los astros se habían confabulado en su contra. Ya no llegaría a la reunión, así que llamó a la oficina para posponerla para la tarde.
Cojeando, apoyando un pie en la punta para no perder el glamur y con el tacón en la mano, cruzó y se dirigió al primer bar que había a la vista para coger un café en vaso para llevar. Luego, directa al zapatero. Por suerte, había uno pocos metros más adelante. Se dirigió allí rápidamente, con la poca dignidad que le quedaba y un café en una mano y un tacón en la otra. Era uno de esos zapateros exprés, así que podía esperar allí sentada en un taburete mientras el buen hombre revivía su zapato.
Ya sentada, intentó relajarse, pero cuando iba a dar un sorbo a su café, su mano pareció volverse en su contra también y parte del líquido marrón se derramó sobre su impoluta camisa blanca. Noooooooo. No podía ser. Decididamente, ese no era su día. Decidió volver a casa, una vez reparado el zapato y quedarse allí quietecita toda la mañana.
De camino, un hombre en la esquina delante del supermercado la abordó con un folleto de publicidad. Lo cogió de mala gana y mientras cruzaba el paso de peatones, leyó: ¿Problemas? ¿Mal de ojo? Yo te lo soluciono. Llámame. ¡Ja!, pensó. Justo lo que necesitaba.
Cuando estaba entrando en el portal, la vecina del primero apareció de la nada para informarle de que había una avería en el edificio y estaban sin luz. Lo estaban intentando reparar. Suspiró resignada.
Una vez en casa, dejó el bolso en la entrada, se descalzó y se dirigió al sofá, que parecía lo único maravilloso de aquel día. Mientras se masajeaba las sienes para descargar la tensión, se fijó en el calendario que tenía al lado de la puerta y vio que era viernes 13. Vaya día. Decidió cancelar de nuevo la reunión. Ese día no iría a trabajar. Bajó la persiana de la sala para que la luz exterior no perturbase su descanso y se tumbó de nuevo en el sofá. Mañana sería otro día. Sábado. Sábado 14. 14 de marzo. 14 de marzo del 2020… ¿Qué podía salir mal?