Sé que dije que no volvería a escribirte por aquí y, aunque soy mujer de palabra, a veces termino haciendo cosas que dije que jamás haría. Será culpa de este personalidad cambiante que me caracteriza. Y no lo puedo evitar.
Necesito contarte tantas cosas… Se me agolpan en la cabeza, se anudan en la garganta peleando por salir, pero lo único que hacen es enquistarse. Y duelen. Carraspeo para quitármelas de encima, pero al final termino hablándote en bajito.
A veces me escucho a mí misma diciendo «ay… si levantase la cabeza…» No te creerías algunas cosas que han pasado estos últimos meses. Y ya ha pasado un verano y un otoño; y casi un invierno sin ti. Un aniversario, un cumpleaños y una navidad. Los primeros sin ti. Y aún quedan.
Esta noche sentí mucho frío en la cama y te eché más en falta. Necesitaba el calor de tu cuerpo. Un pecho y una espalda a la que abrazarme para dejar de sentir frío. Y miedo. Hace unos días tuve que volver al hospital y en la camilla necesitaba tu mano y tu voz diciéndome que todo va a salir bien; aunque la del positivismo siempre era yo, no tú. Pero me gusta pensar que me cuidas y me cuidarás.
Aún te echo de menos…