(Imagen de Robin Wolff en Pixabay)
Cada mañana para ir al trabajo cogía el tren de cercanías. Apenas media hora de trayecto en el que aprovechaba para leer, escuchar música, navegar por internet, interactuar en las redes sociales… Siempre con el móvil en la mano y los auriculares en los oídos. El mundo en su cabeza. Nada más a su alrededor.
Pero desde hacía un par de semanas, algo había cambiado. Cada vez que levantaba la vista del móvil, ahí estaba él, enfrente, mirándola. Con descaro, sin reparo, escrutándola, mirándola sin disimulo. Dicho así, suena a psicópata. Podría parecerlo, desde luego, pero aquella mirada era de lo más enternecedora. No inspiraba miedo sino ternura.
Una mañana se levantó con el pie cambiado y todo fue un cúmulo de despropósitos. Vertió el café sobre su blusa recién puesta y sobre la alfombra de la cocina. Tiró la maceta del aloe vera cuando iba a coger la fregona para limpiar la mancha de café, así que luego también tuvo que recoger la tierra derramada. Las prisas hicieron que casi perdiese el tren, pero lo cogió por los pelos.
Cuando se sentó en el vagón, con el corazón todavía acelerado por la carrera, comprobó con desconsuelo que su móvil había muerto. Seguramente había puesto mal el cargador y se había quedado sin batería. Incomunicada. Desolada. Media hora sin poder leer, ni escuchar música, ni ver las publicaciones de Instagram… Y sin saber ni qué hora era porque siempre la miraba en el móvil. No llevaba reloj de pulsera. Los odiaba.
No sabía cuántos minutos habían pasado desde que el tren había salido de la estación, pero ella empezaba a cansarse y a resoplar. Por unos instantes, su vista se cruzó con la de él, que estaba sentado enfrente, mirándola, como siempre. Entonces observó cómo le asomaba un enorme reloj bajo el puño de la camisa. Y ella necesitaba saber qué hora era.
Se levantó despacio y se acercó a él tímidamente.
– Perdón ¿podrías decirme qué hora es?
– Sí, la hora de conocernos…
El resto es historia.
UN GUSTAZO LEERTE!!
Una pequeña historia, que aunque cotidiana, tiene esos relámpagos que la hacen interesante.
Van abrazotes, amigaza
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Es en lo cotidiano donde está lo interesante, precisamente.
Un abrazo, Beto.
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Una respuesta estupenda. Me ha gustado mucho. Abrazo.
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Me alegra que te haya gustado.
Besos
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