Autora de la imagen: Atteneri Monroy
Se llamaba Rosa y él solía decirle que hacía honor a su nombre: era la flor más bella, aunque también tenía sus espinas.
Desde el inicio de su relación, las rosas fueron su nexo, su refugio, su ilusión. A menudo él llegaba a casa con una rosa rosa para demostrarle su amor (decía). Cada aniversario, cada cumpleaños, cada fecha señalada, las rosas nunca faltaban.
A medida que iba pasando el tiempo y los años, la cantidad de rosas iba aumentando. Enormes ramos cada vez más grandes. Al igual que los malos ratos, las borracheras, las infidelidades, los insultos, las palizas… Con enormes ramos de rosas él le pedía perdón.
Su vida transcurría viendo marchitarse cantidades ingentes de flores. La casa llena de pétalos caídos. Los jarrones esparcidos llenos de agua putrefacta.
El último ramo traía ni más ni menos que 24 rosas. Una por cada año compartido. Una por cada año perdido. Una por cada cicatriz. Pero ella no quería llegar al cuarto de siglo.
Él jarrón lucía lleno de esplendorosas rosas cuando él salió de nuevo, como cada noche, buscando otras flores. Ella las cogió con las manos temblorosas pero con cuidado. Una a una arrancó cada flor de su tallo y con aquel manojo se fue a su cuarto. Bajo la sábana esparció uno a uno cada tallo con espinas, bien colocadas ocupando todo el lado derecho del colchón. Parecía la cama de un fakir.
Cuatro horas más tarde le oyó llegar, dando tumbos. Ella, en silencio como siempre, pero con el corazón en la boca, se hizo la dormida. Él consiguió quitarse la ropa a duras penas y se dejó caer en la cama como un saco. El alcohol lo tenía tan anestesiado que ni sintió las espinas clavándose en cada poro de su piel. Resopló y se dejó caer en los brazos de Morfeo, ebrio como siempre.
Ella se levantó con cuidado y cogió la maleta que había dejado escondida tras el sofá de la sala. En silencio salió de la casa. Al día siguiente, cuando llegó la policía se encontraron una imagen dantesca. El hombre yacía inerte sobre una sábana teñida de rojo. Su cuerpo lleno de pequeñas heridas. Casi imperceptibles, pero mortales. A pesar de todo, había tenido una dulce muerte.