Rodolfo García, alias «El Latas», era una bala perdida. Su afición a la vida y a las mujeres era de sobra conocida en el pueblo. Ya no había local de copas que le fiase ni hembra que se fiase de él tampoco. Enganchaba las borracheras como eslabones de cadena y daba igual el día de semana que fuese. No era raro que se despertase cualquier viernes o sábado en un banco del parque o en algún portal sin saber ni cómo había llegado allí.