El pájaro azul

Pájaro azul de Eva Escot

 

Rodolfo García, alias «El Latas», era una bala perdida. Su afición a la vida y a las mujeres era de sobra conocida en el pueblo. Ya no había local de copas que le fiase ni hembra que se fiase de él tampoco. Enganchaba las borracheras como eslabones de cadena y daba igual el día de semana que fuese. No era raro que se despertase cualquier viernes o sábado en un banco del parque o en algún portal sin saber ni cómo había llegado allí.

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Aún te echo de menos

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Sé que dije que no volvería a escribirte por aquí y, aunque soy mujer de palabra, a veces termino haciendo cosas que dije que jamás haría. Será culpa de este personalidad cambiante que me caracteriza. Y no lo puedo evitar.

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Botas de barro

Bota cuero viejo

Se remangó los pantalones, para no salpicarlos con el barro al cruzar el barrizal que cubría parte del camino. Sus botas, estilo militar, tenían una gruesa suela, así que no había problema. Avanzó con paso firme pero lento, con cautela, como pisando huevos. La suela de la bota se hundió en el barro y por un momento estuvo a punto de perder el equilibrio al pisar sobre terreno resbaladizo. Avanzó otro par de pasos, despacio y comenzó a sentir cómo su corazón se aceleraba con cada nueva pisada sobre aquel terreno fangoso.

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Te guardo

Frasco mariposas

Te guardo los besos que no pude darte

por dudas, por prisas o por cobarde.

Te los guardo por si un día quieres venir a buscarlos

por si a pesar del tiempo aún quisieras probarlos.

Te guardo las palabras que se llevó el viento

por si te apetece escucharlas en cualquier momento.

Te guardo la mirada cristalina y todavía inocente

por si el paso del tiempo es demasiado evidente.

Te guardo las caricias que nunca te he dado

por si descubres algún día que te he amado.

Castillo de naipes

castillo de naipes

Y de pronto tu vida se convierte en un castillo de naipes cayendo. Parece que cada carta está en el lugar adecuado, a la distancia exacta, con la inclinación perfecta. Pero no. Basta un solo movimiento. Una pequeña brisa. Y todo se desmorona. Los naipes boca arriba y boca abajo. Todo desordenado. Y sabes que tienes que volver a empezar. Con paciencia. Colocar cada carta en el lugar correcto. Con precisión y parsimonia. Pero ahora ya no irán en el mismo lugar. No será igual. Ya nada será igual. Las has visto caer. Las has visto desmoronándose y no has podido hacer nada. Imparable. Y acecha la rabia. Y la frustración. Y el llanto asoma. Respiras hondo y piensas antes de volver a empezar a colocar las cartas. Una a una. Tomando medidas. Observando desde la distancia. Con calma pero con el corazón agitado. Comienzas por las copas y los oros. Pero sabes que también existen las espadas y los bastos. Aunque los dejas para el final. Por si el castillo se vuelve a desmoronar…