Quisiera sumergirme en ese mar que son tus ojos.
Nadar. Bucear. Hacer el muerto.
Una palabra puede cambiarlo todo. Lo difícil es encontrar las palabras adecuadas.
Quisiera sumergirme en ese mar que son tus ojos.
Nadar. Bucear. Hacer el muerto.
Ojalá volver a ser niña para jugar contigo.
Al pilla-pilla sé que perderé, porque me dejaré pillar.
Y si haces de gallinita ciega me dejaré tocar.
Ella arde por dentro y a veces quema por fuera.
Ella es la llama de su propio infierno.
El sol que ilumina y si te acercas demasiado quema.
Con un leve roce provoca un incendio.
Ella puede abrasarte mientras te abraza.
Siempre incandescente.
Mantiene todo el calor en sus brasas.
Ella es chispa, es lumbre, es llama.
Hoguera en la que quemarse o saltarla.
A veces incombustible, ignífuga, refractaria.
Cerilla que se consume.
Mechero que se apaga.
Pero siempre se (te) mantiene en ascuas.
Esperando el momento en que se convierta en cenizas…
Decir adiós a las estrellas fugaces
también es de valientes.
Dejar ir aunque sea a desgana
para no hacer(se) daño.
No me pidas nada.
Yo te lo doy.
No intentes analizarme.
Soy como soy.
Quiero que me hagas la cena. Y también la cama.
Aunque sepa que luego vamos a deshacerla.
De hecho, eso es lo que quiero.
Esta mañana me he despertado
y descubrí que ya no estabas.
Te echaba de menos.
Acariciando suavemente mi piel.
Sintiendo tu aliento.
Apagando este fuego
que me quema por dentro.
Hace ya tiempo que dejé de leer cuentos.
No necesito un príncipe ni quiero ser princesa.
No necesito una carroza que me lleve al baile.
Y mis zapatos no los pierdo por nadie.
Sigue siendo tu piel
el único camino que quiero recorrer.
Sigue siendo tu cuerpo
el único lugar del mundo que es casa.